jueves, 24 de octubre de 2013

La noche oscura y la metafisica


LA NOCHE: SIMBOLOGÍA Y OPORTUNIDAD DE PRACTICAS DE SUPERACIÓN. 
  
 

La noche como el tiempo en que la luz no es algo físico, material, exterior, sino que el tiempo en el que la luz puede ser metafísica, espiritual, interior. Despertar a la luz nocturna abre la posibilidad de sortear los obstáculos que se presentan en estos tiempos tenebrosos del mundo moderno: para que el mantenerse de pie, enhiesto, en medio de un mundo en ruinas sea una posición lúcida. Salve! 
  
 

Petras, junio 2005. 
  
 

LA NOCHE: SIMBOLOGÍA Y OPORTUNIDAD DE PRACTICAS DE SUPERACIÓN.
Por Juan Manuel Garayalde, Febrero 2005. 
  
Hace más de una semana envié una conferencia de Luis Castellani que hablaba de un libro de Nicolas Berdiaev llamado "Hacia una Nueva Edad Media". Dicha conferencia, hablaba en partes importantes, acerca de la simbología de la noche. Como es bien sabido, el "Iluminismo" denominó a la Edad Media como la Edad Oscura. Vuelvo a citar un párrafo de la conferencia, donde retrata esta idea de la "noche" en Berdiaev: "La búsqueda es propiamente la actividad de la noche. Se emparienta con la ceguera, ya sea por la falta de luz, ya sea la por falta de sentido. Pero en los espíritus alertas, la ceguera y la oscuridad permiten una visión más profunda, pues quien ve en la noche ve más allá de lo que permiten las formas delimitadas del día. Es la visión de Edipo, de Homero, la que santifica. Se hace así vidente en la noche. Es ciego porque en el mundo se ha hecho la noche. 

  
 

La Edad Media no es una época de tinieblas oscurantistas, pero es una época nocturna. Su alma es el alma de la noche, tras el día del Renacimiento, de la claridad en la definición. Pero esas formas que había construido nuestro mundo, se habían hecho falaces. Requerían una nueva interiorización, que es lo que otorga la noche. En la noche las cosas se perciben de otra manera. Desaparece la cercanía, y al mismo tiempo la lejanía. Todo está lejos, y a la vez, cerca. Junto a nosotros, y misteriosamente alejado. No hay diferencia entre lo vivo y lo muerto; todo está animado y sin alma, durmiente y despierto a la vez. Rostros conocidos de repente asustan con gestos extraños, y de nuevo son conocidos e inofensivos. El peligro acosa por todas partes. 
  
 

La noche es la madre de todos los secretos. Su lenguaje es la música. Su oscuridad ambigua inspira invenciones y habilidades. Invita al sueño, pero también otorga nueva atención y claridad. Lo hace al hombre más conocedor, audaz y temerario. Peligro y protección; susto y alivio; certeza y error: todo comprende la noche. Lo raro y lo extraño, lo que aparece súbitamente no sujeto a tiempo ni espacio. Alienta la oportunidad, el favor del momento. La noche no admite el individualismo, no percibe la masa de individuos como algo de límites precisos. La noche exige la continuidad y la jerarquía relativa. Berdiaev llama Santa a la noche. Se incluye así en la larga lista de pensadores de occidente, desde Homero, quien la llama "amiga de todos, auxiliadora, amistosa", y Hesíodo, que dice: "La noche pertenece a los bienaventurados, y el caminante no debe ser irreverente con ella."
En la Ilíada es de noche cuando Príamo va a visitar a Aquiles para rogarle que le devuelva el cuerpo de su hijo; seguramente si iba de día, no se lo hubiera devuelto." Siguiendo con esto, y ya dentro de las enseñanzas vertidas por el Grupo de Ur, donde participó Julius Evola en la segunda década del siglo XX, se considera que el Hombre (como cuerpo, como "todo"), posee dos estados que se alternan: actividad radiante y sombra. 
  
 

Esto esta en relación al Sol y la Luna. El primer caso, se denomina hombre exterior, el cual permanece en relación con el Sol. Este posee la conciencia despierta, objetiva, con capacidad de captar el mundo sensible que lo rodea. Es la situación que vivimos cuando estamos despiertos. En el segundo caso, estamos en presencia del hombre interior, en relación con la Luna. Este, durante el día esta privado de vida propia. Asume una función reflexiva y receptiva lunar. Permanece en la penumbra ante el hombre exterior que en ese momento esta en plenas funciones. Ahora, como hemos dicho, esto acontece de día, pero, a la noche la polaridad se invierte. El Sol toma su lugar en el hombre interior, y la Luna en el hombre exterior.
Asi que: De día, la Luz en la realidad externa. De noche, la Luz en la realidad interior. En el dia: Luz visible; estamos frente a la naturaleza. En la noche: Luz invisible, que es el YO. En el Día: lo externo domina lo interno. En la Noche: lo interno domina lo externo. De esta manera, muchas prácticas mágicas tienen lugar en el comienzo del día, que es al mismo tiempo, la plenitud de la noche: 00.00 horas. Hay muchos ejercicios que se realizan en dichas horas.
 Los ejercicios de cadena de protección para fortalecer una egregora (en el sentido del círculo mágico). Hay uno por ejemplo que se comenta en el Tomo I del Grupo de Ur, denominado el ritual del "Ascenso de la Montaña", donde la persona, al acostarse a dormir, debe imaginar que comienza a escalar una montaña en tinieblas, y que, a cada paso, la luz lo va acompañando, hasta llegar a la cima de la misma, donde en ese preciso momento, se ha hecho la Luz. A la mañana, a la inversa, antes de levantarse uno, debe iniciar el proceso inverso: descender de la montaña, y a cada paso que uno va dando, la oscuridad comienza a tapar la montaña. 
  
 

Esto tiene como utilidad:
1) asumir una visión crítica del mundo exterior, sensible. No llegando a la posición extrema de maya, pero si algo similar;
2) incrementar el desapego, elemento fundamental para asumir una perspectiva mágica del mundo;
3) como tercera enseñanza, ya un poco más avanzados en la práctica, es el control sobre las emociones de la persona, y asi, el despertar del centro oculto del hombre (el Yo en la oscuridad) que comienza a dirigir de adentro hacia fuera. En el Catolicismo, también podemos hallar en diversos Ejercicios Espirituales, las horas en que se realizan los rezos que varían según las órdenes, pero que tienen a la oscuridad como su acompañante en las oraciones: el Maitines por ejemplo, que se realizaba en los viejos conventos medievales entre las 02.30 y las 03.00, y luego el Laudes que se realiza entre las 05.00 y las 06.00 que termina cuando el Sol hace su aparición a través de los vitrales religiosos de los antiguos templos. También, en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio del Loyola se puede hallar cosas similares. 
  
 

Saludos ... y ¡Buenas Noches! Juan Manuel Garayalde 
 

Metafísica en medio de la edad crepuscular. 
  
 

Aquí -en este texto del argentino Biolcati- se reivindica el rigor intelectual puro que hace posible acceder a la metafísica tradicional, de acuerdo a las enseñanzas de René Guenon. Salve. Petras. 
  
 

LA EDAD CREPUSCULAR
Vicente A. Biolcati (selección del Capítulo II – Metafísica y Cosmología)
Concepto de Metafísica. 
  
 

Guénon nos recuerda que la palabra "metafísica" significa "más allá de la física", pero toma a este último término en su acepción originaria, o sea como "ciencia de la naturaleza". Resume por lo tanto el concepto de metafísica diciendo que es "el ámbito de estudio de todo aquello que no pertenece a la manifestación sensible, o sea lo sobrenatural en sentido estricto"(2) De manera positiva la define también (3) como "el conocimiento de los principios de orden universal y de los cuales todo se deriva", pero agrega que en un sentido riguroso es imposible dar una definición de ella debido a esa misma universalidad, ya que el definir impone en sí un límite que no puede darse al infinito metafísico.
En efecto, no puede accederse, limitándolo, a aquello que al ser encerrado en un esquema, haríamos inexacto por lo antedicho. Sólo puede darse a entender, sugiriéndolo, el objeto de este saber, el cual, por el hecho de no poder ser cientificado, únicamente puede ser comprendido en sentido absoluto por medio de la realización metafísica. O sea, a la metafísica se llega metafísicamente y de ninguna otra manera. Ella es inmutable, y rigurosamente hablando, la totalidad de lo posible. Su significado esencial no participa de opiniones e influencias subjetivas, como ocurre al tratarse de la filosofía y de las ciencias en general. Para comprender esto último, es imprescindible asimilar bien el concepto de que la metafísica es supraindividual. No es experimentable, por estar más allá de lo empírico. 
  
 

No depende de creencias ni conceptos hipotéticos. Cuando se la posee, hay certidumbre en sentido absoluto. Por lo tanto, como hace notar muy bien Guénon, es necesario diferenciar netamente la metafísica de otros campos, como ser el de la filosofía. En efecto, las verdades metafísicas se sitúan más allá de toda posibilidad de discusión, ya que ésta sólo tiene sentido a nivel individual, el cual es relativo y contingente. Tal nivel es de la filosofía.
De todo ello se deduce que los conceptos metafísicos no son totalmente transmitibles, al no poderlos imaginar de manera integral. En efecto, en este caso el ámbito del pensar es el del intelecto puro, más allá de las formas espaciales y temporales. Así, el verdadero lenguaje de la metafísica es el símbolo. Este sirve como punto de sostén sensible para dar a entender lo inexpresable. El símbolo es el apoyo indispensable para poder elevarse a lo espiritual; esto es lógico al no ser el hombre, en su condición de tal, intelecto puro. Por ello necesita la base manifestada para llegar a lo inteligible.
El plano intelectual puro, propio de la metafísica, fue negado implícitamente por la filosofía moderna, debido a su incapacidad para llegar a él. Esto ocurre debido a que la arena de discusión de esta última se desenvuelve en el campo de la manifestación universal, en cambio la metafísica señala la no-manifestación. Recuerda Guénon que los escolásticos decían que el intelecto posee el conocimiento de los principios, y que Aristóteles expresaba en Ultimos Analíticos, Libro II, que "el intelecto es más verdadero que la ciencia, o sea más verdadero que la razón, que construye la ciencia; o sea más verdadero que la razón, que construye la ciencia; por lo tanto los principios pertenecen al intelecto". Es decir, con la razón comienza el error, porque no hay en ella visión inmediata como la hay en el intelecto, y produce una dualidad entre sujeto y objeto, ya que tiene carácter discursivo y mediato.
Todas las doctrinas del Oriente son metafísicas: el taoísmo, el hinduismo y el nivel profundo del islamismo, oriental por su filiación. Este, sin embargo, tiene un estrato superficial de carácter religioso. En Occidente, a partir del clasicismo griego, la única doctrina que reflejó elementos metafísicos fue la escolástica, la cual durante la Edad Media fue el aspecto más importante e intelectual de la teología. Según nuestro autor,las limitaciones mentales propias del Occidente para llegar a la metafísica parten de la Antigüedad clásica. Ejemplificando, los griegos no tenían la idea de Infinito. Para ellos el concepto de perfección implicaba algo terminado, o sea un término en la totalidad. Para la doctrina tradicional, en cambio la perfección es precisamente el Infinito. Para ir al encuentro de un error muy extendido, recordemos lo que ya anticipamos anteriormente, es decir, que tanto el espacio como el tiempo son aspectos de la manifestación universal y por consiguiente no pueden ser sino indefinidos.
Así, a la luz de la metafísica se puede comprender que hablar de un espacio o de un tiempo infinito carece de sentido. Por otra parte la eternidad es el "no-tiempo", un concepto metafísico que el Occidente actual confunde con la perpetuidad, que no es más que un tiempo indefinido. Este último ejemplo muestra claramente que la mentalidad occidental, habiendo agravado su estado sub-intelectual con la desviación moderna, está dirigida casi exclusivamente al mundo sensible, y por lo tanto cae en una constante confusión entre lo que significa concebir y lo que significa imaginar. La pérdida de la verdadera intelectualidad en el mundo moderno, hace creer a la mayoría como impensable aquello que no tiene representación sensible. Así, casi sin darse cuenta, el Occidente se fue alejando cada vez más del pensamiento puro, que es la verdadera intelectualidad y el campo de la metafísica, cayendo en lo absurdo de pretender colocar lo intelectual al mismo nivel de lo racional. 
  
 

Por todo ello deduce Guénon que la civilización moderna carece de verdadera intelectualidad. Se ha ejercitado en una pseudointelectualidad al utilizar únicamente dos facultades meramente individuales y formales: la razón y la imaginación. Más allá de esta desviación contemporánea, el verdadero conocimiento tradicional se asienta en lo universal y no-formal. Además, el Occidente en general, con su mentalidad dirigida casi exclusivamente a la exterioridad y al cambio, ineficaz para todo pensamiento profundo y conceptual, cayendo siempre en lo contingente, permanece en el mejor de los casos en los campos de erudición, la dialéctica y la razón calculante, desde los cuales no supera el enfoque gnoseológico. Allende este horizonte limitado donde discurre la racionalidad moderna, para llegar a la metafísica se necesita, en cambio, comprensión real y directa, lo que es muy distinto. Ello implica concentración intelectual profunda y verdadero conocimiento teórico, por tratarse de un saber absoluto y no relativo. 
  
 

El No-Ser y dos aspectos del Infinito Ya anticipamos en la Introducción y en el capítulo I, el hecho de que la filosofía fue limitando progresivamente el terreno de la verdadera metafísica al pretender circunscribirla al dominio del Ser, realizando de esta manera una ontología. Esta desviación, como dijimos, tuvo su fuente en Aristóteles. Según nuestro autor, "cuando Aristóteles concebía la metafísica como el conocimiento del ente en tanto que ente, la identificaba a la ontología, es decir, tomaba la parte por el todo". Para la verdadera metafísica el Ser universal no es la realidad absoluta, por tratarse de una determinación, si bien la fundamental. En efecto, lo determinado está comprendido dentro de lo indeterminado e incondicionado. Nos encontramos aquí en el ámbito de lo inexpresable: todo lo que se puede expresar no es nada en relación a lo que escapa de toda expresión; como lo infinito, cualquiera sea su dimensión, es nulo comparándolo con el Infinito". El Infinito es lo que no tiene determinaciones ni límites. Luego podemos llegar a concebirlo pero no a distinguirlo ni definirlo, porque oscureceríamos la claridad del concepto puro y caeríamos en el dominio del Ser universal. Supone lo indefinido y lo finito, o en otros términos el "caos" y el "cosmos". Estamos haciendo referencia, bien entendido, al infinito metafísico y no a otros infinitos, como podría ser el infinito matemático, donde ya existe determinación, en este caso la cantidad. El infinito metafísico, en cambio, por definición es ilimitado y está más allá de toda condición y recorte de la totalidad. El Infinito es el aspecto activo de lo inexpresable. Convencionalmente lo llamamos Absoluto metafísico. 
  
 

La Posibilidad universal, en cambio, es su enfoque pasivo. Al primero se lo llama también "el Todo", "Brahma" o "Principio Supremo", en la doctrina hindú, mientras que la segunda corresponde según esa misma doctrina a la "shakti". La Posibilidad universal, o Posibilidad total, aspecto pasivo del Absoluto, comprende posibilidades de manifestación y posibilidades de no-manifestación. Como ya explicamos en la Introducción, el Ser puro es el principio de la manifestación universal. Es llamado "Ishwara" en el Vêdânta, o sea la suprema realidad en cuanto a lo manifestado. Se trata de la primera determinación o afirmación o sea la "Personalidad divina". Luego el concepto occidental de Dios se puede asimilar bastante exactamente a "Ishwara" pero no a "Brahma". El dominio del Ser no coincide con el Infinito, ya que no comprende la Posibilidad total. En el otro ámbito, en efecto, se halla la no-manifestación, que involucra lo absolutamente no manifestable y lo no-manifestado pero manifestable. El Ser puro está incluido en esta última posibilidad. En efecto, como principio de la manifestación, no pertenece a esta última. Guénon considera que para designar lo que está fuera y mas allá del Ser conviene adoptar la expresión No-Ser, por carecer las lenguas modernas de términos adecuados para vehiculizar concepciones metafísicas, y además porque las ideas universales, siendo indeterminadas, no se pueden transmitir, en la medida que pueden ser transmitibles, sino por términos que expresen negación. 
  
 

Luego el No-Ser puede ser concebido pero no determinado. Se comprende así que el No-Ser involucra en principio la Totalidad Universal o Absoluto, y por lo tanto contiene al Ser. Luego el Infinito engloba al conjunto del Ser y del No-Ser, siendo ambos por consiguiente el equivalente activo de la Posibilidad Universal. De aquí vemos que el Ser y el No-Ser son los dos principios fundamentales del Infinito, si bien subsumidos en el segundo. El infinito supone de esta manera en forma originaria, la totalidad de las posibilidades, es decir, la manifestación y la no-manifestación. Observemos que el No-Ser no es la nada, como se ha llegado modernamente a decir. Al contrario, la nada es la pura imposibilidad, precisamente lo que se contrapone a la posibilidad universal. Guénon expresa especialmente que los estados de manifestación están condicionados por una determinación transitoria, y que la no-manifestación es la única realidad permanente, por ser indeterminada e incondicionada. Por lo tanto la no-manifestación se encuentra más allá de las especificaciones limitativas de la sucesión temporal y de la dimensión espacial. En efecto, allí subsiste el no-tiempo como principio del tiempo, y el vacío, o sea el no-espacio, el cual es una posibilidad de No-Ser. Hablar de un espacio vacío es por lo tanto contradictorio, ya que tanto el espacio como el tiempo son determinaciones formales, o sea modalidades de la manifestación universal. El espacio corresponde al elemento etéreo o quinta esencia en la terminología de la tradición occidental, o "akâsha" según la doctrina hindú; se trata del primero de los cinco elementos (el hablar de cuatro elementos significó el comienzo de una limitación cognoscitiva). Análogamente el tiempo es una determinación de la eternidad y se aplica a todo lo relacionado con la existencia humana. 
  
 

Es una forma de la duración, concepto más amplio, el cual abarca también la sucesión. Depende del no-tiempo, que es justamente la eternidad en el ámbito de lo no-manifestado. Otras formas para aludir a la no-manifestación sugieren la negación de la idea explicitada positivamente. Una de ellas es el silencio, que comporta el principio de la palabra, siendo la Unidad la primera afirmación en el reino de la cantidad discontinua. Pero como nada puede afirmarse del No-Ser por su anterioridad lógica respecto a la Unidad, para distinguirlo la doctrina hindú lo señala con un término negativo: "no-dualidad" (adwaita). También las tinieblas simbolizan la no-manifestación como contrapartida de la luz, principio llamado a actualizar el caos de la manifestación informal, produciendo la manifestación formal. Por lo tanto en el caos de lo informal se encuentra en potencia el orden universal. En la misma relación el pensamiento formal es una modalidad antropomórfica del pensamiento informal, y ambos son determinaciones de lo absolutamente inexpresable. Análogamente el conocimiento absoluto presupone lo Universal, contrariamente a la ignorancia, la cual se inicia con la primera afirmación, que ya es límite y finitud. 

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